¿Dirias que estoy al borde de la locura?
¿Podria creerte?
¿Creerias que te creo?
Me conociste en este obscuro y bizarro momento de la vida,
me conociste antes del ocaso prematuro
y escucho tu voz, ante la noche enorme-peligrosa y solitaria.
He roto la ley absoluta jugando son los designios del infierno.
Los demonios sobre el dintel de mi puerta
palidecen ante el lamento de aquellos que lloran en presencia
de lo que espera por mi más allá del muro.
sábado, 16 de enero de 2010
MUERTE EN JARIPEO.
Entonces que vemos cómo un toro cebú le aplastó el craneo con las pezuñas.
Un señor, de entre todos los que se pararon repentinamente al ver el incidente, hizo que se me derramara la cerveza medio tibia, en el pantalón.
Amelia gritó “no mames” tan cerca de mi oido que, junto con las trompetas de la tambora que amenizaba el evento, me dejaron sordo por segundos dolorosos.
Ella fue la que me llevó.
A mi ni me gustan los jaripeos.
Aunque es un buen lugar para conseguir chicas.
Entraron varios hombres al ruedo ignorando al cebú despuntado, que por su parte se limitó a dar patadas al por mayor.
Ya no tenía más dinero para comprar otra cerveza.
Amelia llevaba tres más que yo.
Me había tomado siete.
El jinete accidentado era un rancholo, envalentonado, ebrio, abandonado, idiota; sólo dios sabe. Rancholo a fin de cuentas.
Amelia sale a jaripeos cada semana y por extraño que parezca, se ve muy bien con tejana y botas. Me toma de la mano y nos acercamos a contemplar el incidente.
La cerveza derramada en mi pantalón causa una mancha vergonzosa.
Entran voluntarios de Cruz Roja y atienden al ahora occiso.
Unos jovenes conversan en p'urépecha a mi lado. Me concentro en escuchar su plática.
Me suelto de Amelia, quien de un momento a otro se pierde en el remolino de gente.
Un cabrón se me queda viendo con cara de chinga tu madre.
Pasan unas chicas de breve cintura y más aun breve falda.
Amelia esta ebria.
No creo que podamos coger esta noche.
Me alejo de la gente y busco en mis bolsillos un poco de dinero.
Nada.
La tambora nunca se detiene, la gente sigue arremolinada, pierdo de vista al cebú. Amelia voltea a verme con una sonrisa que de algun modo me congela el corazón.
Hay un borracho tirado en la tierra seca y amarilla. Tiene una mancha de orina en el pantalón rojo decolorado.
Reviso mi mancha, la mezclilla no se seca tan fácil.
Por inercia, me encamino a la entrada del jaripeo y busco las llaves del carro.
No entiendo porque me siento como derrotado. Tal vez sean celos por el ahora occiso.
La mancha que porto no es mi concepto de ser el centro de atención.
Amelia me chifla y volteo para ver cómo llega junto con un niño muy sucio que carga un cartón de cervezas.
Al llegar a mi lado me muestra un botella de tequila que extrae de su bolso. “con esto nos armamos, pero hay que irnos ya y no me preguntes porqué”.
En su rostro de nuevo esa sonrisa.
Regresamos a la ciudad y nos dirigimos a su casa.
Prende el radio y canta muy alto una canción de banda.
Pregunta si me ha gustado el jaripeo, respondo que es interesantísimo.
“No me gusta cuando no pasa nada de impacto” me dice poniendo su mano en mi pierna. “es un buen día” me dice retirando la mirada de la mancha en mi pantalón.
Amelia se ven muy bien con tejana y botas, unicamente.
Un señor, de entre todos los que se pararon repentinamente al ver el incidente, hizo que se me derramara la cerveza medio tibia, en el pantalón.
Amelia gritó “no mames” tan cerca de mi oido que, junto con las trompetas de la tambora que amenizaba el evento, me dejaron sordo por segundos dolorosos.
Ella fue la que me llevó.
A mi ni me gustan los jaripeos.
Aunque es un buen lugar para conseguir chicas.
Entraron varios hombres al ruedo ignorando al cebú despuntado, que por su parte se limitó a dar patadas al por mayor.
Ya no tenía más dinero para comprar otra cerveza.
Amelia llevaba tres más que yo.
Me había tomado siete.
El jinete accidentado era un rancholo, envalentonado, ebrio, abandonado, idiota; sólo dios sabe. Rancholo a fin de cuentas.
Amelia sale a jaripeos cada semana y por extraño que parezca, se ve muy bien con tejana y botas. Me toma de la mano y nos acercamos a contemplar el incidente.
La cerveza derramada en mi pantalón causa una mancha vergonzosa.
Entran voluntarios de Cruz Roja y atienden al ahora occiso.
Unos jovenes conversan en p'urépecha a mi lado. Me concentro en escuchar su plática.
Me suelto de Amelia, quien de un momento a otro se pierde en el remolino de gente.
Un cabrón se me queda viendo con cara de chinga tu madre.
Pasan unas chicas de breve cintura y más aun breve falda.
Amelia esta ebria.
No creo que podamos coger esta noche.
Me alejo de la gente y busco en mis bolsillos un poco de dinero.
Nada.
La tambora nunca se detiene, la gente sigue arremolinada, pierdo de vista al cebú. Amelia voltea a verme con una sonrisa que de algun modo me congela el corazón.
Hay un borracho tirado en la tierra seca y amarilla. Tiene una mancha de orina en el pantalón rojo decolorado.
Reviso mi mancha, la mezclilla no se seca tan fácil.
Por inercia, me encamino a la entrada del jaripeo y busco las llaves del carro.
No entiendo porque me siento como derrotado. Tal vez sean celos por el ahora occiso.
La mancha que porto no es mi concepto de ser el centro de atención.
Amelia me chifla y volteo para ver cómo llega junto con un niño muy sucio que carga un cartón de cervezas.
Al llegar a mi lado me muestra un botella de tequila que extrae de su bolso. “con esto nos armamos, pero hay que irnos ya y no me preguntes porqué”.
En su rostro de nuevo esa sonrisa.
Regresamos a la ciudad y nos dirigimos a su casa.
Prende el radio y canta muy alto una canción de banda.
Pregunta si me ha gustado el jaripeo, respondo que es interesantísimo.
“No me gusta cuando no pasa nada de impacto” me dice poniendo su mano en mi pierna. “es un buen día” me dice retirando la mirada de la mancha en mi pantalón.
Amelia se ven muy bien con tejana y botas, unicamente.
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