sábado, 2 de mayo de 2009

cuento cuatro

LUNES.

La televisión encendida desde hace un rato, y no el sol, sacaron a Julia de esas tinieblas que se esconden debajo de la almohada. De cualquier modo nunca le ha ganado al sol y la tele es su despertador. Se retira el cabella que al rostro se le ha pegado, entreabre los ojos y los fija en la pantalla a fin de adquirir suficiente conciencia ( vaya paradoja ) y despertar por completo. Ahora sentada en la orilla del colchón, reconoce el piso con los pies para andar medio desnuda por el departamento, tomar el desayuno de fruta con yogurt, antes de bañarse y mucho antes de salir al mundo, al trabajo.
Mira por instantes la ciudad a través de la ventana y piensa en el periodico que no ha comprado, en las personas que no han firmado algunos documentos pendientes, en los jodidos camiones llenos de gente a cualquier hora; se retira del vidrio al percatarse de que alguien la mira desde otra ventana no muy lejana. Minutos más tarde termina una manzana antes de secarse el cabello pero despues de haber extraido del closet la ropa a usar durante todo el dia hasta que regrese a casa por la noche y vuelva a la semidesnudez.
El traje tipo sastre color beige la hace verse un tanto descolorida en relación con otros días, pero éste no tiene motivo alguno para ser especial, por lo que no importa realmente que llegue a mimetizarse con los muros de la dependencia de gobierno para la cual trabaja.
Ese día insulso se descubre que para las nueve treinta ya no tiene trabajo, recorte de personal y un historial mas bien intracendente son el motivo; no son aún las diez de la mañana cuando se encuentra de nuevo en su departamento.
El silencio aturde, los zapatos brillantes no dan crédito a lo sucedido y los muebles nada dicen al respecto. Julia está encabronada pero no se atreve a llorar , autocompadecerse o maldecir hasta que la saliva disuelva lo que queda del día. Siente hambre, asi le pasa cuando se pone nerviosa y esta sensación la hace prender la tele sólo por el ruido. Recuerda que nada queda en la alacena, en el refrigerador o en los fruteros; la liquidación llegaría hasta la quincena según sus superiores. No tiene dinero. Toma algunos vasos con agua y camina de un lado a otro del departamento hasta que pierde un tacón.
Camina descalza y sin rumbo, animal encerrado por trivialidades. Se encuentra como desnuda ante el gran ojo del mundo, la ventana de la sala.
Bebe otro poco de agua y se dirije a la cama destendida, donde una vez arropada intenta olvidar; como cuando intenta olvidar la hora sólo para dormir un poco más casi todos los días de la semana. Nada. Cambia los canales de la gris televisión, nada. La apaga y toma algo de agua, nada. El cuerpo se le vuelve pesado; tanta rutina le creó un calor de nido bajo las cobijas que en estos momentos le va consumiendo la vida.
De nuevo camina, sale descalza del cuarto y sube las escaleras, brinca los ladrillos sueltos de la azotea y siente arena bajo los pies. Arena de playa en el edificio donde se abre la ciudad con una calle desnuda, un río adentrandose al infinito mar. En silencio terminan sus soliloquios ante la ciudad que nunca cambia. Camina hacia la orilla y abre los ojos que matuvo cerrados por un instante. Un hombre de al menos cuarenta años yace esparcido por la banqueta, la mirada de Julia se encuetra en la misma trayectoria del impacto del hombre.
Suena un claxon a lo lejos y algún automovil , pero el silencio es demaciado grande. Abajo, el hombre con las piernas deshilachadas y la cabeza aparentemente intacta. Parece que por instantes se ha congelado un inocente tropezón en la banqueta y ella lo contemplara. Julia se aleja de la orilla y segundos despues viene el primer grito, para variar de una mujer que se ha encontrado con el cuerpo del suicida.
La azotea arde bajo las plantas rosadas, los blancos pies de Julia quien piensa en el mar, que es su lugar menos preferido en la tierra, pero que no resulta tan malo para estar en ese momento solitario y un poco devastador. Posterior a un salto al vacio.

1 comentario:

  1. Caballero de cabellera concreta. Se le extraña, pero se aprecia su obra. ¡Qué viva Zepepelin!

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