jueves, 19 de febrero de 2009

cuento tres

CASA VACÍA.

Dejar las ciudades que alguna vez nos bañaron de dicha y encanto siempre resulta triste, más aún cuando al volver a ellas despues de algunos años, se sabe que las calles son las mismas, pero las personas de antes se han ido a descansar bajo la tierra o en el tiempo.
Vago por todas las calles que rodean mi antiguo hogar, encontrando las esquinas con sus fantasmas muy pegados a los faroles. La maleta de toda la vida cuelga de mi mano y frente al zaguán naranja del edificio anochecido por los años de ausencia, con la otra mano abro la cerradura inmutable encarnada al hierro.
Obscuridad y plantas adormecidas en el patio-cochera, la ventana de la mujer que con una sonrisa me iluminaba alguna que otra noche. Escaleras insufribles que llevaban al limite mi razón los viernes por la noche y finalmente, la puerta de donde vivía. Los años de exilio me dejaron de enseñanza de que ninguna puerta es impenetrable. Las sombras de la habitación estan cargadas de comida caliente, vapor de mujer y algo de alcohol.
Nada puede agitarme ahora, me resguardan mis viejos muros del frío cortante de la noche y sus calles desiertas. Me abrazan sueños, recuerdos y voces cálidas.
La casa esta vacía y cinco años no pasan en vano, un colchón y una mesa son todo en la estancia. Me reconozco desposeído ante estos muros desnudos, desposeido como el hijo pródigo que regresa al lado del padre muerto. Desposeido es la palabra.
Al menos esta noche la pasaré bajo techo, que ya es mucho decir.
Yacen mis pocas cosas en los mismos sitios que ocupaban hace años y trato de pensar que el tiempo poco o nada ha transcurrido. Tengo sueño.
Escucho el girar del cerrojo de la puerta y temo, un vacío del ancho del mar me ahueca el cuerpo cuando la puerta se abre y alguien entra.
Cierro por instinto la puerta de madera del cuarto donde estoy, al momento en que escucho esa juguetona voz femenina:”¿qué pasó, como te fue?” la casa no esta vacía y yo soy el intruso. Apagué la luz y entreabrí la puerta, con su silencio me empapó de miedo. “buenas noches“ confirmo que soy un estúpido.
En las sombras sólo escucho su voz gritándo ante un celular la palabra que me aniquila inmediatamente: “!policía, policía!“. Mi súplica aterradora “señorita, tranquila por favor, señorita por favor “. Estupido y pusilánime.
Sus gritos, la negrura repentinamente disipada que revela perfumes y colchas limpias, la ropa ordenada y los cepillos para cabello. La cama tendida.
Huyo desesperado, idiotamente aterrado; en tres brincos bajo la escalera y de un golpe abro el zaguan naranja y descubro las calles repletas, encerradas en una realidad alterna. Es domingo, la gente pasea por las plazas. Todas mis cosas quedaron en mi ex-habitación, ocupada por un ser tal vez luminoso, pero que por varias noches no conciliará el sueño. La noche me recibe y con nada me quedo.

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